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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Hambre extrema en Bolivia, según la FAO, 2,9 millones



Siempre es desconsolador y frustrante leer estadísticas mundiales sobre la pobreza en el Tercer Mundo y, muy especialmente, los sitios espectaculares que ocupa nuestro país. Hace pocos días la FAO (Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas) dio a conocer que 2 millones 900 mil personas en Bolivia padecen hambre extrema. El dato es demoledor para la conciencia de muchas generaciones y mucho más para quienes tuvieron el poder económico, social y político para evitarlo y no lo hicieron.

En los últimos cinco años y fracción del actual régimen, muchas veces hacemos alarde de nuestro “crecimiento”, de las “múltiples posibilidades para proveernos de la cantidad necesaria de alimentos” y, en casos, nos mostramos con un desarrollo y progreso “similar o mayor que los suizos”. La verdad es que hace mucha falta que las ilusiones se tornen en realidades: nuestra pobreza es extrema; nuestra carencia de alimentos se hace cada vez más lacerante; nuestra dependencia de ayuda y comprensión se hace dramática conforme pasa el tiempo y mucho más porque no hay esperanzas para restablecer la producción, el trabajo, las inversiones, las exportaciones no tradicionales, el uso de tecnología en nuestros campos, etc., etc.

¿Cuánto hemos “avanzado” en un Gobierno que se siente socialista con la ilusión de que el sistema cambiaría las anteriores formas de vida? ¿Hasta cuándo se vivirá fantasías que jamás serán realidad? Muchas veces ante visitantes foráneos hacemos la comedia en sentido de que “tenemos todo y no hay pobreza en Bolivia”; propalamos la idea de contar con excesos que el mundo podría compartir; hacemos creer que tenemos la población mejor alimentada, más nutrida y, sin embargo, sufrimos gran mortandad infantil y muerte de madres que, por falta de atención médica y hospitalaria, carencia de medicamentos y alimentos, dejan en la orfandad a sus hijos. Estas y otras realidades rondan nuestra vida y ni el Gobierno ni las famosas ONGs ni las entidades privadas hacen algo por remediarlas.

La FAO es una entidad de la que Bolivia es parte, pero muchas veces se ha tenido que derivar programas destinados a paliar nuestra pobreza “simplemente porque no se habían cubierto cuotas del país” -el caso más patético fue aquel en que por no haber pagado una deuda de trescientos mil dólares, perdimos seis millones de un programa que hubiese ayudado grandemente a mejorar, en cantidad y calidad, la producción de alimentos-. Relatar los casos de pérdidas que sufrimos sería largo; pero la realidad es que pocos han sido los gobiernos, en 186 años de vida republicana, que hayan sopesado nuestras realidades y puesto remedio a situaciones álgidas que ha tocado vivir.

Las estadísticas levantadas por organismos internacionales, caso de la FAO, muestran cifras no siempre acordes con la verdad porque, mencionar 2,9 millones de personas parece poco; esos datos son promedios generales de lo que ocurre en el continente y hasta en el mundo. La realidad nuestra debe consignar cifras mucho más altas porque a la falta de alimentos se suman muchos otros males que, superados, podrían aliviar la carencia de comida. Hay muchos aspectos dramáticos que encarar, pero que nadie toma en serio y sólo cuando se los conoce se formula propósitos que luego, muy luego, se olvida porque intervienen conveniencias político-partidistas que precisan del “dejar hacer y dejar pasar”; de este modo, los males crecen con el añadido de que las estadísticas suben y, cuando se ha llegado a los tres o más dígitos, creen nuestros políticos “haber superado récords que nos colocan en situación preponderante”; esto es, con seguridad, otra consecuencia no sólo del hambre sino de la falta de educación que, a veces, causa más víctimas porque no sólo encogen los estómagos sino que carcomen la vida.

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